‘La Patrulla-X: Dios ama, el hombre mata’ sigue siendo, más de 30 años después de su aparición, un necesario alegato contra el odio al diferente.

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¿Qué sentido tiene insistir en un clásico, una obra que tiene el reconocimiento unánime de la crítica y del público, no ya de ahora, sino a lo largo de más de tres décadas? Oh, hay lecturas que siempre son necesarias. Siempre, en algún lugar, hay un oprimido y una causa por la que luchar. Puede que la música ahora tenga ritmos más acelerados, pero la letra sigue siendo la misma para ciertas baladas. En 1983, Chris Claremont y Brent Eric Anderson daban un aldabonazo con ‘X-Men: Dios ama, el hombre mata’, una novela gráfica que, echando mano del equipo mutante de la Marvel -no podía ser con otros personajes- contaba a un nuevo público la eterna lucha entre el amor y el odio.

No habían pasado ni 40 años desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ni 20 de la ley de Derechos Civiles que acabó con la ignominiosa discriminación entre blancos y negros en el país de la libertad, y era necesario seguir hablando de cómo unos seres humanos, creyéndose superiores al resto, consideraban legítimo perseguir y exterminar al diferente. Aquí los señalados son los mutantes, cuyos máximos representantes son los discípulos del profesor Charles Xavier, La Patrulla-X formada por Cíclope, Lobezno, Coloso, Tormenta, Kitty Pride y Rondador Nocturno. Quien se ha arrogado ser el elegido para llevar a cabo la misión de exterminio es el reverendo William Stryker, que justifica su odio en la religión: «¡Somos como Dios nos hizo! ¡Cualquier desviación de ese sagrado molde… cualquier mutación… no proviene del Cielo, sino del Infierno!».

Stryker ha organizado su propia cruzada. Lo que parece un movimiento de unos pocos fanáticos tarados -los «purificadores», se hacen llamar-, pronto alcanza cotas peligrosas: el reverendo sabe hablar a las cámaras, conoce los miedos de la gente y cómo dirigir su ira hacia culpables fáciles. Algún político duda: ¿Por qué no subirse a esta ola? Las soluciones sencillas a los problemas complejos siempre arrojan réditos electorales. Lo saben bien tipos como Steve Bannon o Matteo Salvini.

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Chris Claremont supo articular el discurso moral de ‘Dios ama, el hombre mata’ en una entretenida trama de persecución y acción. Dos momentos tienen especial relevancia para la historia. Por un lado, el profesor Xavier, atrapado por el villano, es sometido a un agresivo programa de lavado de cerebro: el paralelismo con lo que Stryker hace a gran escala a través de los medios de comunicación es evidente. Por otro lado, Magneto, el eterno antagonista de Xavier, se une a la lucha de la Patrulla-X. A pesar de sus discrepancias, el viejo enemigo vivió en carne propia el Holocausto y sabe que, ante el horror, solo hay un bando correcto.

El tebeo se abre con una escena demoledora. Dos niños afroamericanos son perseguidos y ejecutados. La imagen, en plena noche, retrotrae a las persecuciones que en los años sesenta aún llevaban a cabo los segregacionistas de Alabama y Mississippi, tan bien narradas en la novela gráfica ‘March‘ (lectura altamente recomendable y complementaria de esta). «Su único crimen fue haber nacido», dice un desolado Magneto al descubrir los cadáveres de los muchachos mutantes colgados de un columpio y marcados con una señal de advertencia.

‘Dios ama, el hombre mata’ vino a recordar, en plena era de optimismo en los Estados Unidos de Ronald Reagan, que ni siquiera contar con superpoderes te libra de la intransigencia, el racismo y la xenofobia. Ni antes, ni entonces, ni ahora. Al igual que sabe el policía que interviene en el desenlace de la historia, en los momentos decisivos solo hay una respuesta correcta: la integridad y la dignidad.